lunes, 6 de octubre de 2008

LA SOLEMNIDAD MUSICAL

El pensamiento como la facultad inherente y continua del ser humano proyecta la creación hacia el próximo en forma de verbo, de la palabra, herramienta incompleta de toda comunicación de la interioridad, que exige diferentes gestos y señales, convirtiendo el mensaje cargado de emoción y de afecto en poesía y en música.
Leer el pasado es una actividad deliciosa que nos sumerge en aquellos viejos instantes de las mejores experiencias educacionales y constructivas, brindándonos un infinito placer.
Al repasar los recuerdos colegiales debemos detenernos en uno de aquellos pensadores más influyentes en nuestra formación, aquel personaje alto, de fisonomía litoral, honesto, interesado por compartir quijotescamente el mensaje magistral con su dúctil metodología propia del buen educador de alma de poeta , el profesor JOSE C. ARIAS NIETO.
Ocupó la cátedra de Filosofía para dejar marcadas como impronta en nuestras almas muchas nociones de ética y moral, condimentos para una responsabilidad férrea. Había escrito la letra del Himno del Colegio Nicolás Esguerra, más tarde musicalizado divinamente por otro de esos protagonistas invaluables del Norte de Santander, Pamplona, LUIS EMILIO RIVERA profesor de música, maestro en la Sinfónica y en la Filarmónica de la Policía Nacional, quien había escrito su obra “Antología de la música de Colombia
A manera de ecos resonantes en el ambiente de la conciencia, parecen permanecer vigentes algunos versos de su vena poética:
"Elegía de Juventud"
Ya me está gritando la vida,
en el raudal de mi sangre ardorosa,
en la intrincada manigua de mis nervios
y en la cal calcárea estructura de mis huesos,
que soy el hombre nuevo.
Ya siento en mi cuerpo
que estoy pronto a dar frutos concientes
en la germinal contextura
dialéctica del verbo;
en el fecundo polen
de la palabra simbólica;
en la realización creadora
de mis actos honestos
…”
Espero que estas líneas puedan alimentar talvez esos lasos que nos unieron ayer, pero hoy debilitados por el tiempo, muchas veces por toques de ingratitud propios del hombre que una vez servido ya no mira atrás.
Un abrazo
Carlos Augusto Rodríguez Garcés M.D.

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